Valores en una ambulancia, con Alberto Luque

Si tuviéramos que poner nombre propio a las emociones llevarían el nombre de ALBERTO LUQUE SILES. Él ha conseguido hacer visible su huella, qué hace y cómo lo hace, a fuerza de relatar con sentido y coherencia su día a día y el de su equipo, subidos en una ambulancia.

Alberto ha puesto en valor esa Marca que todos dejamos y nos anima a  quienes leemos o escuchamos sus historias a dar visibilidad a la nuestra.

Él  vive sus emociones tan hacia fuera que ha decidido compartir con nosotros todas esas lágrimas que ha derramado, todas las alegrías, los momentos de angustia e indecisión. Su generosidad emocional llega hasta ese punto. Los motivos que le llevaron a Alberto a iniciar estas “Batallas de una ambulancia” ya los ha contado en varias ocasiones. En unos días sale al mercado la segunda parte de su libro, que, sin duda, será un éxito. Aquí vamos a hablar con él de valores, de ese baluarte del que, sin duda, Alberto es adalid.

1. ¿Si tuvieras que elegir un único valor con el que definirte, serías capaz de quedarte solo con uno?

 No es un único valor el que me mueve. Los valores no son más que virtudes que nos permiten interactuar o convivir con otras personas y, en nuestro caso, esas personas, nuestros pacientes, se encuentran en una situación de vulnerabilidad tal que entiendo me sería imposible tratarlas adecuadamente si únicamente pusiese en juego una de esas virtudes. Procuro ser honesto, amable, responsable, sincero, empático…, pero por encima de todo procuro ser un buen profesional que entiende su labor como un equilibrio entre mi lado científico-técnico y mi vertiente más humana. Si tuviese que decantarme, sin duda elegiría ser un buen ser humano.

2. Tus experiencias profesionales se han convertido en reflexiones personales. Alberto es más que un enfermero de la salud. Alberto cura almas. ¿Con qué medicina cuentas para aplicarla a todos esos ‘pacientes’ con los que te encuentras?

El arsenal terapéutico con el que cuenta el profesional de la salud no debiera limitarse únicamente a drogas y técnicas. Si abordo un problema sólo con lo que pone el protocolo, probablemente me deje información atrás que indirectamente me ayude a mejorar el abordaje técnico. Empatía bien entendida. No se trata de estar de acuerdo con el planteamiento del otro, sino de salir de mi marco conceptual para ponerme en el suyo en un intento de ver las cosas como las ve él, en un intento de obtener más información que nos ayude a tomar las decisiones terapéuticas más adecuadas.

La palabra y el contacto son dos herramientas que no pueden faltar en nuestro maletín. La interacción se vuelve imprescindible cuando la incertidumbre y el dolor se apoderan de nuestros pacientes. Un leguaje sencillo, amable y cercano, acompañado de un apretar una mano o acariciar el pelo de quien sufre, con frecuencia obra el milagro que la medicación no consiguió.

3. ¿Qué llevas en tu mochila?

Personas y sus circunstancias. Alguien me dijo un día que para sobrevivir en esta profesión tendría que poner una barrera. Entonces le creí. Hoy, puedo decirle que se puede ser un buen profesional sin hacer uso de corazas. No se trata de hacer míos todos los problemas con los que me cruzo. Se trata de abordar la situación de mi paciente, poniendo sobre la mesa toda mi capacidad técnica y humana. Cuando trabajo, giro el foco 180 grados y lo pongo en el paciente. Solo así consigo evadirme de mis preocupaciones y hago mías las suyas. Eso supone impregnarme de emociones y, para eso, cuando me quito el uniforme, dedico un tiempo a gestionar dichas emociones.

Vacío mochila escribiendo y compartiendo. No es más que un intento de autoayuda, pero resulta que al leer esas vivencias no son pocas las personas que en ellas se ven reflejadas y las usan como herramienta para gestionar sus propias derrotas.

4. ¿Crees que organizaciones, empresas, familias… han perdido los valores tradicionales? Si es así, ¿cuál crees que ha sido el virus que se les ha inoculado a cambio?  

Es indiscutible que los valores fundamentales o clásicos sobre los que fundamentamos nuestra sociedad se han visto resentidos: solidaridad, compañerismo, amor al prójimo…¨Ser buena persona¨ no está de moda e, incluso, puede ser un menoscabo para el prestigio en determinados contextos ya que se confunde con ser débil. Y no hay cosa que dé más miedo a un líder que ser tildado de persona débil. En mi opinión, no es tanto una pérdida sino más bien una mutación. Prima el individuo por encima del bien colectivo y eso lo impregna todo. Ese es el origen. Es lo que Norbert Bilbeny, catedrático de Ética de la Universitat de Barcelona, califica como ¨egonomía¨ o individualización masiva.

Aun así, los valores básicos siguen persistiendo y son más patentes en el ámbito rural que en el urbano. Por mi trabajo, atiendo a muchas personas en situación de abandono absoluto, personas mayores y no tan mayores a cuya puerta ya nadie llama y que muchas veces son muertes en soledad. Pues bien, esto se da con mucha más frecuencia en la civilizada ciudad que en el más pequeño de los pueblos donde no falta un vecino o una vecina a las cuatro de la mañana que salga de la cama para preocuparse al ver la ambulancia en la puerta de esa persona que vive sola. Quiero confiar en la bondad de las personas y quiero pensar, de hecho así es, que aún conservamos la esencia de esos valores.

5. ¿Nos dejarías un consejo emocional a todos los que te leemos?

 Es difícil para mí dar consejos en este sentido. No soy experto en gestión de otras emociones que no sean las mías propias, pero sí puedo recomendar a quien lea estas palabras que no eche en saco roto el papel que una buena gestión emocional juega en nuestras vidas, en todas sus facetas. En lo personal y, sin duda, en lo profesional. No seré mejor o peor persona ni profesional por sentir dolor, pena, ira, frustración… Lo que me hará triunfar o fracasar será no saber poner las emociones en su sitio, deslindando emociones de pensamientos y acciones. No puedo dejar de sentirme triste o eufórico, pero sí mando sobre los pensamientos que dichas emociones generan y las acciones que de ellas se puedan derivar.

Ser un poquito más humano es posible y es rentable. Hace poco leí un artículo de la psicóloga Elena Arnaiz donde comentaba que debemos tratar a la persona que tenemos delante como le gusta que le traten, no como me gustaría ser tratado a mí mismo. No puedo estar más de acuerdo. Añadir ese plus de dignidad y humanidad será lo único que haga de nuestro trabajo algo que un robot no pueda copiar mañana mismo.

 

 

 

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