El primer Diálogos con… de esta temporada se lo concedemos a Antonio Fornés, filósofo natural de Hospitalet de Llobregat, que no pasa inadvertido ni deja indiferente a todo aquel que se adentra en la lectura de alguna de sus obras.
El primer día que nos pusimos en contacto con él nos confirmó que la palabra ‘valor’ le produce sentimientos y pensamientos contrapuesto. Por eso, lo primero que queremos hacer es preguntar a Antonio Fornés qué son los valores para él y cómo influyen en la vida del ser humano.
1. Crees que el equilibrio de la parte espiritual de la especie humana está en peligro, bien sea por la aparición de las Nuevas Tecnologías, por el exceso de trabajo o por el consumismo. ¿Cómo consideras que afectan estos cambios a la vida más espiritual de las personas y a esos valores iniciales con los que contamos de partida?
En primer lugar, ciertamente el término valor, -en el sentido de valor moral-, me plantea ciertas dudas. Inevitablemente, el concepto valor tiene algo de subjetivo, de individual, permite la idea de que cada uno puede tener sus propios valores y que todos son admisibles. Esto puede parecer perfectamente racional, razonable y en un cierto sentido lo es, pero un mundo en el que no existen ideas morales universales que afecten a todos los seres humanos es un mundo confuso, en el que el valor tiende a confundirse con utilitarismo. Es un mundo muy cercano a la famosa frase de Groucho Marx, aquello de “estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros…” Además está la cuestión fundamental, en la que tendemos a reparar poco, de la necesidad de la fundamentación de los valores. La cuestión ética no puede respaldarse simplemente con nuestra opinión. Necesita fundamentarse en algo que dé consistencia al discurso ético y aquí aparece la cuestión espiritual, pues sin trascendencia es imposible fundamentar ninguna ética, de forma que los valores se convierten así en meras intenciones particulares vacías de contenido.
En segundo lugar, efectivamente, la modernidad, gracias al imperio de lo científico y al brillo de la técnica, ha arrinconado no sólo a lo espiritual, sino a todo humanismo. Se valora al hombre tan sólo por lo que produce y por lo que consume, convirtiéndolo en un mero engranaje más. Nos volcamos hacia lo exterior, y nos olvidamos de lo fundamental, es decir de nosotros mismos, del camino hacia nuestro interior, de volver a escucharnos, de buscar el sentido de nuestra vida, es decir de ser auténticos seres humanos. Uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos San Agustín, lo explicó con estas bellas palabras: “Se van los hombres a contemplar las cumbres de las montañas, las grandes mareas del mar y el ancho curso de los ríos, la inmensidad del océano y las orbitas de los planetas; y de sí mismos no se preocupan.”
2. En una de tus intervenciones en el programa de “Viaje al centro de la noche”, de Radio Nacional de España, afirmabas que ojalá todos tuviéramos siempre a mano ese legendario hilo que condujo a Teseo por el laberinto de Creta, para poder orientarnos en el laberinto al que el ser humano se enfrenta cada día. ¿Cuál sería ese hilo que elegirías como guía en la búsqueda de su libertad?
Libertad es una de las palabras de nuestro tiempo. Aparece continuamente en los medios de comunicación, en las conversaciones…, como si fuera algo que hay que buscar y perseguir. Nada más alejado de la realidad. La libertad es algo inherente al hombre, está en nuestra naturaleza, nos conforma como seres humanos y nos diferencia del animal. Así, y aunque a primera vista nos pueda parecer paradójico, el hombre no puede dejar de ser libre, no puede desprenderse de su libertad aunque quiera, pues ese querer ya denota una elección, y por tanto libertad. Estamos condenados a la libertad.
Sí condenados, porque ser libres conlleva la necesidad de decidir por nosotros mismos y de ser responsables de nuestras decisiones, algo que en general no nos gusta demasiado. Preferimos que otros decidan por nosotros, comportarnos como animales gregarios, vivir, como diría Kant en una continua y “autoculpable minoría de edad.” Dostoievski lo definió perfectamente: “No hay, para el hombre que vive libre, preocupación más constante que la de buscar ante quién inclinarse”.
3. Te defines como católico, creyente y practicante. ¿Qué valores cristianos son los que consideras que el ser humano debería mantener in aeternum? ¿O cree que los valores son mutables?
Aunque vivamos en una sociedad fuertemente secularizada, todavía hoy el modo de pensar occidental, especialmente en lo relativo a cuestiones morales, está construido a través de conceptos esencialmente cristianos. Baste el ejemplo de la palabra “persona”. Persona, etimológicamente, proviene del latín personare, y personare, a su vez, parece que del griego prosopon. El prosopon era la máscara que usaban los actores en las tragedias griegas. ¿Cuándo empezó a usarse el término persona para referirse a los seres humanos? Pues fue en los primeros concilios cristianos cuando se adoptó esta palabra para definir con ella al hombre. La creación por parte del incipiente cristianismo del concepto de persona resultó algo absolutamente revolucionario. En un mundo como el romano, cuya escala social iba desde el esclavo, considerado prácticamente como una cosa, hasta el divino emperador, la afirmación de que los hombres eran personas, todos hijos de Dios, y por tanto iguales y hermanos, no fue desde luego algo baladí.
El problema de la modernidad, del que ya advirtió por ejemplo Nietzsche, es que sigue utilizando estos conceptos pero ha barrido su fundamentación religiosa, de forma que han quedado vacíos de auténtico contenido, y ese es un gran problema. Si eliminamos a Dios de la ecuación moral, no podemos hacer como si nada hubiera pasado, y seguir utilizando ideas morales esencialmente religiosas.
5. Dos de tus libros, Reiníciate y Creo, son una puerta abierta al ser humano en la búsqueda de preguntas que den respuesta a sus vidas. Los procesos de coaching que nosotros hacemos se basan, también, en preguntas que permiten esa introspección del propio individuo para llegar a su autoconocimiento y, a partir de ahí, creer, crear, crecer… ¿Son similares sus preguntas a las nuestras? ¿Compartimos objetivos?
El autoconocimiento y la introspección personal es algo fundamental para cualquier ser humano. El viejo Sócrates afirmó con absoluta lucidez que una vida sin autoexamen no merece ser vivida. Blaise Pascal, otro gran filósofo, decía que el gran problema de la mayoría de los hombres era su incapacidad para estar a solas en un cuarto consigo mismos. Frente al vacío existencial que invade nuestra época, la respuesta está siempre en nosotros mismos, en nuestro interior.
Otro filósofo, uno de mis preferidos, Albert Camus, en un libro magnífico titulado “El principio de Sísifo”, lo decía de una manera más radical pero tremendamente lúcida: “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale la pena o no ser vivida, equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía.” Lo que nos está diciendo Camus es que todo debe partir de nosotros mismos, y de la más importante de las preguntas: ¿Qué sentido tiene nuestra vida?
6. Para terminar, ¿qué pregunta es la que tú nunca te has hecho y a la que quisieras dar respuesta?
Hace años escribí un libro que se titulaba “Las preguntas son respuestas.” ¡Esa es la clave! Vivimos en una sociedad cargada de discursos, todo el mundo habla, todo el mundo tiene una opinión sobre cualquier tema. No se busca saber sino tener razón. Sin embargo, el conocimiento no está en las respuestas, sino en las preguntas. Preguntar exige una apertura al mundo, un darse cuenta de nuestras carencias, un no olvidar aquello que no sabemos, y por tanto ser capaces de la mirada crítica, que es la puerta del comprender.