Hay dos momentos al año en que todos nos planteamos adquirir nuevos propósitos y deshacernos de todo aquello que nos resulta, a primera vista, nocivo: la vuelta del verano y principios de año. En este último momento es, precisamente, en el que nos encontramos ahora.
Año nuevo y una página en blanco para llenarla de proyectos, miles de intenciones a corto, medio y largo plazo, y un sinfín de objetivos que morirán en el intento. Y así, uno y otro año.
¡Qué manía de ir siempre dos pasos por delante! ¿Correr una maratón cuando nunca has hecho deporte? ¿Dejar de fumar cuando realmente disfrutas de ese cigarrillo de después de comer? ¿Dieta? ¿Cuántos días te va a durar renunciar a la cerveza del mediodía o al pincho de tortilla? ¿Y a ese bombón que sacia tus momentos más tristes?
No caigas en ese tremendo error. Los propósitos se hacen cada día. Ese es el plazo máximo y mínimo que deberíamos marcarnos. Más allá resultará ser una falacia. Buscamos objetivos tan lejanos que cuando llega el momento, ni objetivos, ni fuerzas, ni ganas.
Levántate cada día con el único propósito de ser tú, de hacer lo que debes para que se alineen tus intenciones con tus acciones. Haz que ocurra aquello en lo que crees, más que en lo que creen. Lo que da sentido a tu vida no es lo que esperas conseguir mañana sino lo que hoy estás viviendo, por donde estás pisando, tu desayuno, tu familia, lo tuyo, los tuyos… Eso es lo único que te permitirá seguir avanzando y haciendo camino. Esos son los principales proyectos que debes abordar, los propósitos más importantes en los que centrarte. Lo demás, irá viniendo. Permite que sea la vida la que vaya escribiendo cada uno de los renglones de tu página en blanco.