Raíces.

Siempre ha llamado mi atención las raíces de los árboles.

Cuando paseo por el bosque o por cualquier camino en el campo siempre me paro a observar casi todo, pero en especial, las raíces me llaman. Tienen tantas formas, a veces se esconden y aparecen por otro lado, algunas parecen débiles a simple vista pero cuando las tocas son fuertes y están tan arraigadas… Otras no se ven, pero están. Otras en cambio parecen serpentear y son increíblemente extensas… Me parece curioso. 

Me parece curioso que casi siempre nos sintamos admirados por la belleza del árbol, por la grandeza y por el ímpetu, por sus hojas, sus colores. ¿Pero y sus raíces? ¿No son acaso la base de esa belleza? Bueno, mejor dicho: ¿No son acaso lo más bello? Lo que nutre. Es gracias a las raíces que podemos sentir la sombra del árbol, es gracias a ellas que cada hoja está llena de vida.

Y esto me lleva a pensar en las nuestras, nuestras propias raíces. Nos imagino a cada ser humano como un hermoso árbol, lleno de vida, mutando hojas y cambiando de forma y color ciclo a ciclo. Persistiendo y renaciendo en cada etapa de la vida. Y supongo que si tenemos unas raíces fuertes, arraigadas, conectadas, los cambios nos agitarán menos. Nos agitarán, por supuesto. Pero nuestras raíces nos recordarán quiénes somos. Nos recordará lo que nos nutre. Y nos recordará que las hojas caen, que el tallo, a veces se agrieta, pero que nuestras raíces cada día serán mas fuertes. Y más sabias.

No nos olvidemos de admirar nuestra esencia. 

No pasemos por alto lo más importante. Admiremos y cuidemos nuestras raíces. Estamos aquí gracias a ellas.

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