La necesidad de desenmascarar a los ‘profesionales’ con careta
Ofrecer una doble cara para acceder a un empleo no siempre es fácil, pero sí es habitual, aunque no recomendable. Ahora bien, mantener esa ficción a lo largo del tiempo es poco menos que misión imposible. Al final, “tarde o temprano, todos enseñamos la patita”.
Ocurre cada vez que nos sentimos sometidos a presión. Hay circunstancias que nos obligan a reaccionar con inmediatez y es ahí donde enseñamos nuestro “verdadero yo”. Piénsese que el impostor es un actor que representa un papel que no es el suyo. Necesita de otros –sobretodo, del trabajo de otros- para aparentar lo que en verdad no es. Como en todo trabajo interpretativo, conocer el guion de antemano y haberlo estudiado a conciencia ayuda mucho a la hora de ejecutar una espléndida interpretación.
Sin embargo, el arte de improvisar no está al alcance de todos. Basta con escuchar de manera continuada a una persona. Es muy recomendable hacerla hablar, porque cuando hablamos sin parar, a veces, caemos en nuestras propias trampas e incurrimos en contradicciones, al estilo de los sospechosos en un interrogatorio policial. La mentira aguanta con dificultad el paso del tiempo. Sin embargo, la memoria de la verdad recupera y relata detalles sin mayor dificultad.
En ocasiones, el embaucador se adueña de los aciertos de otros. Se apropia de decisiones que no fueron suyas, pero que sí le son conocidas y sobretodo cuyo resultado fue exitoso. Ahora bien, solo quien de verdad decidió conoce el porqué y para qué lo hizo. Hay que interesarse por el proceso más que por el resultado. Sólo el genuino autor de un informe es capaz de hablar con soltura sobre cómo se realizó.
¿Qué hacer si el embaucador es el compañero de la mesa de al lado? No encubrirlo, pero sin abrir guerras de confianza en las que el resto de compañeros compitan con el impostor para ganarse la de sus superiores. Es un juego peligroso del que hay que estar muy seguro y no hacer un mal movimiento. Ante la duda, es preferible dejar que sea el tiempo el que ponga las cosas en su sitio. Cuando la honestidad y la verdad juegan en un bando, y en el otro lo hacen la mentira y la doble intención, el tiempo acaba inclinando la balanza a favor de lo primero.