Del miedo al valor. El coraje

Ante situaciones difíciles, cuando algo obstruye y amenaza el desarrollo de nuestras vidas, la capacidad de reacción es muy distinta y variada. Reaccionamos con energía, con ánimo, con fuerza, con valor, con debilidad, de manera cobarde, perezosa, con desánimo… Pero la reacción más normal y más clara de todas es la huida, el amilanamiento, ese encogimiento que se fundamenta en el miedo.

De la mano del miedo, pero enfrentado a él, se encuentra el valor. Uno no es sin el otro, pero ambos no conviven de manera simultánea. El miedo impregna numerosos rincones del cuerpo, pero el valor se encarga de impermeabilizarlos para que la mente no se nuble y la voluntad se anule. Reconocer esos miedos es el primer paso para que el valor entre en juego, y es el coraje, esa virtud que nos hace reaccionar con firmeza ante el peligro, el que nos permite pasar de un extremo a otro.

Coraje proviene del latín cor, corazón. Es esa fuerza que sale de lo más profundo de cada individuo y que permite plantarle cara al miedo y dejarlo atrás. Es ese valor y ese esfuerzo que arranca de las entrañas y que nos empuja hacia lo que queremos hacer. Es avanzar sin mirar atrás y con la duda de no saber qué habrá más allá. Pero es el arrojo de creer, de querer hacer y de hacer.

Claro que se puede claudicar y renunciar sin tan siquiera haberlo probado. Se puede abandonar el barco en mitad de la tempestad, soltar el timón y que el oleaje nos arrastre a la deriva. Pero no. La respuesta no es la huida. Huir no te salva del miedo, simplemente te ciega, te ensordece, te enmudece. Te paraliza.

Deja que ese ímpetu que sale del corazón actúe de manera decidida, apasionada, valiente, con vigor… Descongela el miedo del alma. Ten coraje, mira adelante y desde hoy pierde el miedo a construir tu futuro.

Solo así podrás ser.

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