Nadie que confía en sí envidia la virtud del otro (Cicerón)
La confianza es uno de los principales cimientos emocionales sobre los que se sustenta nuestra felicidad.
Parece que es básico tenerla, pero es muy habitual carecer de ella. Cuesta pensar que en determinados momentos de nuestras vidas seamos incapaces de mostrar seguridad, ánimo, vigor… para actuar. Cuesta imaginar que haya un agotamiento emocional que se alimente del miedo, del pesimismo, de las inseguridades, y que nos paralice. Pero cuesta más creer que hay quien carece de ese cimiento sobre el que se sustenta nuestra felicidad, la confianza.
A menudo nos dejamos influenciar por las opiniones de los demás y hacemos más caso de los condicionantes externos que de esa voz interior que realmente sabe lo que nos conviene. Confiar en nosotros implica saber valorarnos, respetarnos, priorizarnos y creer en todo lo que podemos alcanzar. Es lo que nos hace libres, exentos de las miradas de los demás, lejos de necesitar la aprobación o el reconocimiento externo. Al margen de reproches.
Creer en uno mismo y en que tenemos posibilidades para lograr algo es el primer requisito para lograrlo. Se plantea desde dentro hacia fuera: inicia en una dimensión personal, continúa con las relaciones interpersonales y se extiende al terreno profesional. De ahí que, para poder entablar confianza con los demás, debamos empezar por nosotros mismos. La confianza es el termómetro que mide nuestro nivel de aceptación, nuestra capacidad de marcarnos objetivos y conseguirlos, de cumplir compromisos, de hacer aquello que decimos. Es lo que marca la diferencia entre continuar o abandonar a mitad del camino. Si las cosas no salen como queremos, ¿por qué no seguir apostando? De nada sirve tirar la toalla si pensamos que todo es posible. No nos defraudemos y cumplamos nuestros compromisos. La confianza genera confianza y nos permitirá adquirir la capacidad de contagiarla.
¿Reconoces que puedes?