Emociones y estados de ánimos

Las emociones y los estados de ánimo viven y conviven a diario en cada uno de nosotros. Conocer cuáles son nos permite comprender nuestra forma de actuar, de hablar, de escuchar y de comportarnos.

Las emociones básicas son impactos de índole afectivo, puntuales y reactivas, que surgen como consecuencia de una experiencia concreta que ha irrumpido en nuestra rutina. Sin embargo, los estados de ánimo se prolongan en el tiempo y no siempre somos capaces de identificar el hecho que los desencadenan. Son como una “emoción base” que impregna todo lo que hacemos. Los estados de ánimo definen nuestro campo de posibilidades, y desde ellos tomamos las decisiones.

Son cuatro, y surgen de la combinación entre distintos juicios de facticidad (sobre cosas ya pasadas y que no podemos cambiar) o posibilidad (que valoran lo que podría llegar a suceder en el futuro), y la actitud positiva o negativa que, ante unos y otros, mantenemos. De la actitud negativa surgen dos estados de ánimo restrictivos o limitantes: el resentimiento y la resignación. De la positiva surgen los expansivos y deseables: la serenidad y la ambición.

El resentido vive anclado en un pasado que no ha asimilado y contra el que se revuelve insistentemente. Se siente víctima de una situación injusta que no merece y busca culpables contra los que lanzar los dardos de su ira. Por supuesto, el resentido no se reconoce como tal. Inunda su lenguaje con deseos de justicia y sueña con un futuro que no es tal, puesto que lo define como una negación del pasado que no acepta. Todas sus decisiones, consciente o inconscientemente, buscan venganza.

El resentimiento genera fuertes dosis de resistencia, es agresivo y contagia mucho rencor y rabia. Genera dolor, sobretodo en el propio resentido, y conduce a tomar malas decisiones. 

Cambiar esa actitud negativa por otra positiva es lo que nos permite transitar desde el resentimiento hasta la serenidad. Aceptar lo sucedido no es dar por bueno lo que pasó ni estar de acuerdo con ello, pero sí es “pasar página”. Agua pasada no mueve molino. La serenidad nos invita a aceptar los hechos acaecidos y a asumir con tranquilidad presente y futuro. Si tuviéramos que elegir una palabra que definiera dicho estado de ánimo sería la paz.

Desde la serenidad se observa mejor la realidad, se analiza lo que ha cambiado y se integra uno mismo en esa evolución de la que pasa a formar parte. Se toman decisiones que transforman y suman.

Cuando miramos al futuro, nuestra actitud afirma o niega la capacidad que tenemos de influir en ese tiempo que está por llegar. Si creemos que, hagamos lo que hagamos el destino ya está escrito, caemos en la resignación. El resignado se siente marioneta ante los acontecimientos que suceden y sobre los que no tiene control alguno. Por eso, el resignado no toma decisiones: ¿para qué hacer nada, si de nada valdría?

La resignación, a diferencia del resentimiento, no genera violencia ni resistencia, sino sumisión, renuncia y derrota. Por eso, en ocasiones, es incluso más nociva.

Sin embargo, la ambición cree que desde el presente es posible construir el futuro anhelado. Quien está imbuido en ella, se siente protagonista, al analizar su entorno ve y descubre oportunidades, y está orientado a la acción y los resultados. La ambición te hace crecer y creer en tus posibilidades. Inyecta energía y vitalidad. Conquista y logra.

Conocer tu estado de ánimo permite comprender y comprenderte. Darse cuenta es el primer paso.

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