«Al servicio de…» La humildad

Hay un sólido fundamento que sustenta todos los valores que poseemos y que, por encima de todo, nos define. Si no es el más importante, sí es uno de los más necesarios y difíciles de conseguir. Es el valor que nos hace ser más humanos, más sensibles, más nosotros. Nos referimos a la Humildad, esa gran dama que suele habitar, silenciosa, en las personas más grandes.

Esa dama nos permite reconocer cuál es el lugar que ocupamos en el mundo. Desde allí se aprende a asumir, a aceptar y a convivir con lo que nos rodea. Esa es la sabiduría de lo que somos, de nuestra propia existencia. Eso es humildad. Y a diferencia de cualquier otra sabiduría, esta no se predica. Se practica. Son los demás quienes la tienen que ver, porque, cuando uno reconoce su propia humildad, se corrompe y termina por desaparecer.

Pero siempre hay un rival, un eterno rival, al que cada día debe hacer frente esa dama, el ego. La verdadera humildad es esa que hace que el ego nos devuelva los pies al suelo, que pisemos tierra firme y aprendamos. Aprender de cada experiencia de la vida, porque cada una nos enseña algo. Y es esa humildad la que nos hace felices con lo que hacemos y con lo que decimos.

Aprender a ser humilde es la lección que más duele, porque exige una serie de pérdidas que no todo el mundo está dispuesto a admitir. Pero cuando lo asumes, llegas a descubrir otras formas alternativas de entender la vida que ni siquiera sabías que existían.

Escucha, aprende y procura estar abierto a los demás. Humildad es “estar al servicio de”. Este es el verdadero fundamento de la humildad.

 

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